Terrible soledad

Vivo sumida en una terrible soledad. Los años en la tierra me saben a desdichada eternidad. Errante, vagando de un lugar a otro. Cumpliendo con esta maldición que me ata y me hace desdichada.

Quería conocer el amor. Siempre intentaba sonreír, cada vez que visitaba a alguien. Siempre esperé una sonrisa de regreso. Pero nunca la recibí. Muecas de espanto, tristeza y negación se dibujaban en los rostros de aquellos a quienes buscaba acompañar.

He abrazado a muchos hombres, con el deseo de que alguno me devuelva con calidez los brazos que le tiendo. Sin embargo, en el mismo momento en que los aprisiono contra mi pecho se desvanecen, se escapan de mí y tan solo ahondan mi profunda soledad.

La esperanza dejó de tener significado para mí. Me he hecho de la forma en que me han retratado. Ahora soy un ente escalofriante, triste, negra y solitaria. Visito tanto a quien me espera como a quien no, siempre puntual. Y en esta desgraciada forma de existir cumplo con la maldición para la que he sido destinada: ser el punto final en la existencia de los otros, ser muerte, ocaso, aniquilación.

Paseo ocasionalmente por el mundo de los vivos, de los que aún no deben encontrarse conmigo. He encontrado a un hombre: atractivo, distinguido y terriblemente triste. Lo he contemplado por mucho tiempo, he visto cristalinas lágrimas rodar por sus limpias mejillas. Lo he escuchado hablar, dice que anhela conocerme, que desea encontrarse conmigo. ¿Será él mi amante, por quien tanto tiempo he esperado?

Quise cumplir su sueño, correr hacia él y abrazarlo con fuerza para no dejar que se me vaya. Pero es prohibido e inalcanzable... su nombre no figura aún en mi libro.

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